top of page

Doce maneras de mimetizarte con la cultura asiática aunque no hables el idioma -y además ahorrando!-

  • giovanna camacho salaberry
  • 27 ene 2018
  • 10 Min. de lectura

Sapa, Vietnam.

Me ahorro los comentarios porque estas niñas deberían estar en la escuela.

Foto: Ale Laluz.

Cuando salimos de vacaciones generalmente estuvimos ahorrando durante mucho tiempo expresamente con ese fin; vacaciones!. Y puede pasar que no nos moleste tanto derrochar más de la cuenta, total, en unos días volvemos a la rutina y de alguna forma rehabilitamos el bolsillo.

Pero si tenemos la oportunidad de viajar con o sin pasaje de regreso, pero por un tiempo largo, lo mejor es que no nos demos todos los gustos que quisiéramos, porque eso a veces pone en juego nuestras verdaderas necesidades.

Tanto saliendo de vacaciones por unos días o recorriendo varios lugares por mucho tiempo, hay tres cosas que no podemos evitar por lo fundamental de la cuestión: comer, dormir y movernos.

Y para eso hay que pagar.

A menos que tengamos un pariente lejano que viva en las Islas Galápagos, con auto y sea dueño de una cadena de restaurantes.

Y que nos invite a su casa, que no es un detalle menor.

En el supuesto caso de no contar con el susodicho, siempre existen alternativas más económicas, y que nos permiten a la vez acercarnos a la cultura y el día a día de las personas que habitan el país que estamos conociendo.

Yo te paso doce, deben haber cuatro mil.

1) Viajar en transporte local:

Trasladarnos de un lugar a otro supone una de las cuestiones más caras a la hora de viajar.

Porque a todos nos gusta invertir en un lugar digno donde descansar algunas noches, tal vez sentirnos como en casa, y ni hablar jugarnos una parte importante de nuestro presupuesto en un buen plato de tallarines o una pizza tamaño familiar, pero por lo menos en nuestro caso, que nos movemos bastante seguido, nos duele el alma cuando tenemos que pagar transporte.

Y más en países donde el turismo está muy desarrollado, las agencias lo saben, y a veces piensan que el turista puede pagar precios desorbitantes, entonces lo hacen notar en los precios de los pasajes.

Por suerte la gente local también viaja, y por mucha menos plata.

Lo único que hay que hacer es ubicar la estación de ómnibus o trenes del lugar en donde estemos, y consultar los precios directamente en las boleterías.

A menos que estés en Indonesia, donde de la ventanilla te van a mandar a preguntarle el precio directamente al chofer y antes de llegar al ómnibus te van a atajar varias personas para ofrecerte el tícket.

En definitiva, nunca se va saber cuánto cuesta realmente un pasaje.

En el resto de los lugares generalmente los precios están escritos y se compran en la boletería, además de ser más baratos, es interesante viajar con los locales, compartir asiento con bolsas de verduras de alguien que viene de vender en una feria, apoyar los pies en bolsas con arroz, o ser convidado con frutas por veteranas adorables.

Generalmente los vehículos de uso público, que no están en circulación precisamente para los turistas, suelen demorar más tiempo en hacer su recorrido, pero cada minuto puedo asegurar que vale la pena.

Muang Khua, Laos.

Tenemos que esperar que guarda y chofer descarguen chapas para seguir viaje.

Gilimanuk, Indonesia.

A veces el ómnibus se cae a pedazos pero llega.

2) Hacer dedo:

Es nuestra opción favorita.

Aunque a veces en medio de una carretera desierta, con treinta grados, sin sombra, después de varias horas empecemos a replantearnos quién carajo nos mandó a hacer dedo.

Es la opción más impredecible, puede pasar que en diez minutos pare un auto con aire acondicionado, que justo haga esos trescientos kilómetros que vos también querés hacer y es como sacar el 5 de Oro, o puede pasar que después de dos horas y media te toque viajar en la caja de una camioneta con tierra hasta las orejas y tan solo por diez kilómetros.

Y encima te dejen en un cruce sin ningún rastro de seres vivos a la vuelta, a las seis de la tarde, sin vislumbrar un mísero puesto donde comprar una mandarina y mucho menos una casilla donde pasar la noche.

Aún así, se logran conocer pueblitos por los que un ómnibus hubiera pasado de largo, personas que de otra forma no hubieras conocido, que se preocupan como una madre si el pasajero está cómodo, sediento, bien alimentado o tiene ganas de hacer pichí.

Muang Khua, Laos.

Vamos cuidando las bananas que no se vuelen.

3) Alquilar motos o bicicletas:

Si uno saca la cuenta de lo que cuesta un taxi o un colectivo que te lleva hasta cierto punto y te deja ahí, y lo compara con tener un vehículo propio -aunque sea por menos de veinticuatro horas-, sin duda el poroto va para la segunda opción.

Es tener la independencia de recorrer los lugares que uno quiere, a la hora que se le canta, y permanecer más tiempo en donde sea más agradable o irse volando si no se está a gusto.

Nos hemos dado el lujo de ir a tomar mate a un lago a un montón de kilómetros, recorrer barrios impensados a pie, en donde hemos tenido que esquivar chanchos, búfalos y gallinas que son un peatón más y hasta de perseguir un globo aerostático para verlo de cerca sólo porque teníamos en qué hacerlo.

Aunque no todo es tan pintoresco, también nos ha parado la policía y hemos tenido que pagar multas, las reglas no son las mismas en todos los países.

Chiang Rai, Tailandia.

Alquilamos esta moto durante una semana.

Foto: Ale Laluz.

Vang Vieng, Laos.

Como íbamos en moto perseguimos un globo aerostático para verlo de cerca.

Foto: Ale Laluz.

4) Perderse caminando:

Salir a caminar sin rumbo debe ser de los placeres del mundo que merecen un homenaje.

Es como darle un energizante con vodka a los cinco sentidos.

Uno va atento a todo lo que lo rodea, gritando fuerte para avisar que vio algo insólito o divertido, como gente duchándose -literalmente, con jabón y todo- en la vereda, escuchando conversaciones que no entiende, música a todo volúmen que nunca escuchó, cantos de pájaros nuevos.

Se perciben los olores que escapan si uno va en moto, a veces de cloacas, otras de algo casero que no se sabe qué es pero parece agradable, y lo están cocinando cerca, y encima lo están vendiendo así que se puede probar.

Se te acercan perros, gatos o vacas, los podés tocar. No muerden.

Y uno va recordando cada cosa que ve, porque después hay que volver, cualquier elemento es bueno como punto de referencia, pero es difícil volver cuando las calles son caminos cruzados, todos iguales, y preguntar no es la mejor alternativa, por lo menos si se anda por callejones olvidados donde no hay una lengua común, donde las señas no siempre son las mismas, aunque la gente siempre va a ayudar, porque la cara de un extranjero perdido es un lenguaje universal.

Encima caminar es completamente gratis, y perderse también.

Siem Reap, Camboya.

Pueden aparecer potenciales peligros.

Como el de barba.

Muang Khua, Laos.

Mientras nosotros tomamos mate aunque haga calor, los vástagos se bañan.

Foto: Ale Laluz.

Vang Vieng, Laos.

Familia disfrutando de la temporada estival.

Sapa, Vietnam.

El chancho tenía preferencia porque venía por la derecha, la cagó cuando dobló en U.

Foto: Ale Laluz.

5) Visitar mercados locales:

En la mayoría de los lugares turísticos hay mercados que se publicitan como imperdibles.

El problema es que cuando uno llega, el noventa por ciento de los artículos que allí se ofrecen, son la misma cosa, una serie de productos fabricados en cadena para que llevemos de recuerdo.

También hay cosas artesanales y típicas del lugar, y la gente va a ser amorosa porque nos quiere vender algo.

Pero están los mercados locales, las ferias de frutas, verduras, carnes y demás alimentos, donde la gente de la zona va a comprar u ofrecer.

Lo más interesante es la variedad de comida que se puede llegar a ver, frutas o verduras que no tenemos en nuestros países, cosas que nunca se nos hubiera ocurrido que se podían comer, el carnaval de colores, aromas y sonidos que se presentan hace que uno quiera pasar todo el día deambulando en los pasillos.

A menos que se esté en la parte de los pescados, cabe aclarar porque ahí lo que era un carnaval de aromas se complica.

Hoi An, Vietnam.

El poroterío a la orden.

Foto: Ale Laluz.

Kuala Lumpur, Malasia.

La rosada es la fruta del dragón. Primera vez que la vemos.

Foto: Ale Laluz.

Sapa, Vietnam.

Hay cosas que todavía no hemos podido descifrar.

Foto: Ale Laluz.

6) Comer en puestos locales:

Hay un secreto para ahorrar un poco a la hora de alimentarse; si el menú está en inglés, el precio ya está friamente calculado para el bolsillo del turista.

Y acá viene la parte difícil; hay países que además de tener diferente idioma, no se manejan con alfabeto latino.

Es como saber que vas a comer un poco más barato si logras descifrar qué puta dice en el menú.

Lo único claro son los números, el resto son chirimbolos cruzados.

La ventaja es que la mayoría de las veces la cocina está a la vista y uno puede señalar lo que le parezca más conocido, o hay fotos de los platos pegadas en las paredes que nos facilitan más la existencia.

En su defecto, está la siguiente opción;

Vang Vieng, Laos.

En Vietnam y Laos te regalan sopa con tu pedido.

Debería ser obligatorio en todos los países.

Penang, Malasia.

Acostumbrados a pedir y que traigan poco, se nos fue la mano.

Aprontamelo para llevar.

Chiang Rai, Tailandia.

Paramos a almorzar en el puesto de una viejita hermosa en medio de la ruta.

Foto: Ale Laluz.

7) Elegir un plato al azar:

Muchas veces al buscar información acerca del lugar que queremos visitar, nos encontramos con los platos típicos, esas cosas que no podemos dejar de probar cuando vayamos.

El tema es que a veces son platos provenientes del lugar, pero no precisamente es lo que come la gente de ahí, sino que siguen siendo populares por la propaganda que se les ha hecho pero no se ve a ningún natural de la zona almorzando eso que tantas expectativas nos generó.

Si optamos por un boliche local, con el menú escrito en quién sabe qué idioma y no somos muy delicados, podemos hacer titi biriti y rezar porque el dedo haya caído en un plato que no contenga patas de gallina o bolitas flotantes de procedencia dudosa.

Hemos descubierto platos asombrosos gracias al azar, no tanto por hacer titi biriti sino más bien por no haber podido comunicarnos de manera exitosa con quien nos toma el pedido.

Como dije al principio, otra de las cosas que no se pueden saltear en un viaje es el alojamiento.

Pero hay alternativas;

Bangkok, Tailandia.

No quisiera tener que hacerle un ADN a esas pelotitas.

Siemp Reap, Camboya.

Ojalá el menú no incluya ranas.

Foto: Ale Laluz.

8) Hacer Couchsurfing:

Si bien en la mayoría de países del Sudeste Asiático el alojamiento es relativamente barato en comparación con otros lugares, siempre es bienvenida la opción de pasar una noche -o más- gratis.

Couchsurfing es una plataforma web en donde uno se comunica con personas según el destino que quiera visitar y éstas te abren las puertas de su casa.

Algunas personas lo hacen porque han viajado y quieren ayudar de alguna forma a quienes se encuentran en esa situación, otras para practicar su inglés -que nos viene bárbaro si nosotros también necesitamos practicarlo- y la mayoría por el intercambio cultural que se genera.

Lo bueno es que quién mejor que un lugareño para recomendarnos lugares para visitar, sitios donde comer o simplemente asesorarnos con el transporte, además de aclararnos muchas dudas acerca del país donde nos encontremos.

La desventaja es que a veces quien nos hospeda puede no vivir en una zona cómoda si queremos recorrer las principales atracciones caminando.

Otra cosa es, que como mencioné antes, las personas nos abren las puertas de su casa, pueden tener una familia, no están a nuestra disposición, cumplen horarios, es conveniente manejarse con cierto respeto, como no llegar borracho a las tres de la mañana chocando muebles y pisando al gato, no salir envuelto en una toalla chorreando agua después de ducharnos o no tocar cosas sin previa autorización.

En fin, ciertas reglas de convivencia que más bien corresponden al sentido común.

Siem Reap, Camboya.

Nos tocó dormir a seis kilómetros del centro, pero teníamos al frente este restaurant.

Los quinchos son individuales, corresponden a las mesas e incluyen hamacas paraguayas.

Foto: Ale Laluz.

9) Visitar museos:

Para algunas personas ésto puede resultar el plan más aburrido del mundo, pero siempre hay variedades para todos los gustos.

Por lo menos en las capitales de cada país, podemos encontrar museos de diferentes cosas.

En la mayoría de los casos suelen ser muy baratos.

Recorrer museos de historia nacional ayuda a entender un poco lo que ha tenido que atravesar cada lugar, y la historia cambia según el punto de vista del país que la esté contando, qué mejor que escucharla por el protagonista.

Ho Chi Minh, Vietnam.

Ahí nos enteramos que Uruguay se manifestó en contra de la guerra de Vietnam.

Foto: Ale Laluz.

10) Sentarse en un parque o plaza:

Suena a poco interesante, pero la realidad es que si uno se para un minuto a contemplar lo que lo rodea en estos lugares, puede observar perfectamente el movimiento del país y de su gente.

Se puede ver a qué juegan los niños -y algunos adultos-, a veces puede parar algún extranjero a preguntarnos algo o algún local a practicar su inglés, y eso suele terminar en intercambios muy interesantes.

Además es completamente gratis.

Ho Chi Minh, Vietnam.

El señor habla perfecto inglés, se acercó a conversar y estuvimos casi tres horas.

Foto: Un transeúnte.

11) Hacer voluntariados:

No tengo idea cómo carajo hacían los mochileros de hace treinta años que andaban hasta sin hora -igual debe haber sido mucho más divertido-.

Hoy gracias a la tecnología, con una computadora o un teléfono podemos, antes de viajar, comprar un pasaje de avión, reservar hoteles con anticipación, hasta pedir un plato de tallarines para que lo traigan a tu casa mientras uno se fija si va a llover en Groenlandia dentro de cuatro meses.

Y también podemos, si pensamos viajar por un tiempo largo, contactarnos con personas de otros países para trabajar algunas horas por día a cambio de alojamiento y comida, tanto en hoteles, casas de familia, escuelas. granjas, etc.

Ésto es ideal para desarmar la mochila por unos días y establecer un simulacro de rutina, que no se vuelve tan estresante porque somos conscientes de que es temporal, además que al estar en otro país, podemos estar desarrollando una actividad a la que estemos acostumbrados, pero el idioma y los mecanismos pueden variar tanto que lo podemos adoptar como desafío.

Algunas páginas para contactar estos trabajos son Workaway, HelpX o Worldpackers.

Islas Perhentian, Malasia.

Ponele que te toque trabajar en una playa así.

Foto: Ale Laluz.

Islas Perhentian, Malasia.

Durante una ardua jornada laboral. no miento.

Foto: Ale Laluz.

12) Aprender palabras:

Es lo primero que deberíamos intentar.

Es increíble el cambio de actitud positivo que se puede apreciar en una persona, estando en el extranjero, si se la saluda o se le agradece en su mismo idioma.

Tal vez no se llegue a desencadenar un diálogo pero para algo existen las señas.

Aunque sea aprendiendo a decir hola y gracias ya es importante, pero mejora mucho la situación si podemos decir algunas frases básicas o si sabemos los números.

En su defecto siempre hay una forma de hacernos entender, y sino igual podemos sonreir.

Sapa, Vietnam.

Niñas respondiendo a nuestro saludo en Vietnamita.

Niño bañándose en culo. -El frio que hacía era surreal-.

Foto: Ale Laluz.

La sonrisa es un lenguaje universal, como la cara de un extranjero perdido y es gratis.

Comentarios


Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square

gragias por escribirnos! Te contestamos lo más rápido posible o cuando el wifi lo permita. :-)

  • Instagram - Black Circle
  • Facebook - Black Circle
bottom of page