Mi caja de madera con mar
- giovanna camacho salaberry
- 14 nov 2017
- 3 Min. de lectura
Islas Perhentian, Malasia.
Cinco tortugas bebé fueron rescatadas al nacer.
Su existencia ahora transcurre dentro de un balde negro, grandote, donde nadan todo el día con el hocico pegado a las paredes, como que si por su perseverancia fueran a desaparecer y comen lo que le damos.
Cuando tengan el tamaño suficiente como para enfrentarse solas a los asuntos del mar y la vida, como animales más grandes, olas embravecidas, cazadores y problemas del corazón, van a abandonar el único lugar que conocen hasta el momento, y van a conocer el lugar que les corresponde.
Hay una que paradójicamente se distingue de las demás por su tamaño; es la más chiquita, por eso le puse Bindi, que para los aborígenes australianos significa ¨niña¨.
Las otras se llaman tortugas.

Bindi dando besos en el hocico.
Viven en el mismo camping en donde nosotros trabajamos algunas horas al día a cambio de una carpa y de tres comidas, que igual que a las tortugas, es lo que nos dan pero mucho más elaborado porque tenemos chef, disculpame.
El camping está construído íntegramente de madera, casi encima de la playa y casi encima del bosque.
Básicamente recibimos a la gente que llega, los despedimos cuando se van y le damos de comer y tomar mientras andan revoloteando.

Para nuestra sorpresa, que esperábamos ser los únicos hablando español en una isla de tres por dos, no dejamos de recibir todo el tiempo turistas, y a veces voluntarios como nosotros, hispanoparlantes.
Así es que formamos un grupo bastante interesante de argentinos, chilenos, españoles y uruguayos (en orden alfabético), voluntarios y huéspedes, que podíamos conversar y tomar mate y cerveza, y contarnos las vidas y los chistes que a veces nos limita el inglés.
Entonces teníamos algo así como un gueto, donde convivíamos como de toda la vida en nuestra caja de madera, como convivían las cinco tortugas en su balde.
Pasamos más de tres semanas ahí, pero no siempre con las mismas personas, las únicas permanentes eran los demás trabajadores, como la cocinera, el muchacho de la barra, el encargado, el hijo del encargado, el que hacía mandados en bote, y algún que otro parroquiano del vecindario.
El resto era un desfile constante de extranjeros y locales, que nos conocíamos por un rato y a los días nos despedíamos entre abrazos, deseos de buen viaje y ojalá nos crucemos pronto.

Nadia, tailandesa, chef y musulmana.
El mundo es bastante grande, pero no tanto como para revolear por el aire la probabilidad de cruzarnos, porque ya nos ha tocado coincidir en otros lugares, o en la isla misma, con personas conocidas o con gentes en común.
Por eso pienso cuando le toque a Bindi y sus compañeras de balde, o hermanas, o parientas, volver al mar que no vieron, si a su manera se despedirán, prometiendo volver a encontrarse como nosotros .
Todavía no he investigado sobre la conducta de las tortugas en su hábitat natural, ignoro si andan de a muchas o cada una decide su camino.
Sólo sé que ahora su mundo ocurre en el balde, su familia son ellas cinco, tienen su pequeño hogar, el mismo que nosotros sabemos adoptar cada vez que nos instalamos en algún lugar por más de tres días, entonces podemos lavar calzones y darle tiempo de que se sequen.
El mismo hogar y la misma familia que supimos adoptar por más de tres semanas, en esa caja de madera con mar, donde incluímos a las tortugas, cuatro perros, una iguana con complejo de bolichera y ardillas con complejo de escandalosas.
Ah, y una rata.

Ursula, todas las noches la primera en llegar al bar.
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