top of page

Universalidad de las medias rotas

  • giovanna camacho salaberry
  • 14 nov 2017
  • 3 Min. de lectura

Islas Perhentian, Malasia.

Eran las dos de la mañana, en una playa de la isla donde trabajábamos, cuando yo conversaba con una alemana que conocimos en la ciudad y que nos acompañaba desde los últimos cuatro días.

Además estaban los cuatro perros.

A pesar de mi inglés rústico, básicamente conformado por verbos sin conjugar y de su pronunciación matizada con un tono francés, pudimos mantener un hermoso y fluido diálogo por más de tres horas.

Hablamos de lo que hablan todas las personas que toman cerveza, como ciencia, clima (infaltable el clima), animales en cautiverio, diecisiete maneras diferentes de salvar al mundo, y hasta llegamos a aprender trabalenguas en distintos idiomas.

Como sucede con la mayoría de las personas que recién se conocen desde hace cuatro días y se juntan a conversar, teníamos mucho para contar, dos vidas prácticamente.

En un momento la conversación se encaminó por el lado de la adolescencia, etapa en donde a mi parecer, se gestan las mejores historias para contar de grandes.

Creo que a raíz de nuestro diálogo sobre gente descartable que tiende a comprar cosas que envejecen rápido para poder ser sustituidas por otras nuevas a los pocos meses, fue que coincidimos en nuestra época dorada de adolescentes rebeldes que usábamos el mismo par de pantalones una y otra vez, hasta que los agujeros de las rodillas eran más grandes que el de meter el cuerpo, ignorando los gritos de espanto de madres y abuelas desesperadas corriendo atrás nuestro porque cómo íbamos a salir así a la calle, dónde se ha visto.

Descubrimos que por lo menos desde el dos mil en adelante, tanto en Alemania como en Uruguay, estaba terminantemente prohibido salir con las medias y los calzones rotos por si te pasaba algo en la calle.

Me acuerdo de haber tenido en ese entonces una proyección de una supuesta situación; me veía a mi misma desde otra perspectiva, como ajena a mi cuerpo, como otra yo, saliendo de mi casa para aprovechar una tarde preciosa, no sé, yendo a un parque o a una plaza, cuando de pronto me atropella un auto o bien me da un soponcio, cualquier evento que me dejara inconsciente tirada en el pavimento envuelta por un círculo de curiosos.

Después de que nadie se anime a moverme para no hacerme mierda alguna función física importante, ponele que cae un médico corriendo como loco a controlarme los signos vitales y esas cuestiones.

En eso resulta que yo recupero la conciencia así como si tal cosa, pero sigo viendo la escena desde otro lugar, y veo que el tipo, un médico grandote que antes se habría deslomado por ayudarme, titubea, y haciéndose el boludo se descuelga el estetoscopio, (fijate que si un médico no tiene colgado un estetoscopio andate porque no es médico) lo guarda en el maletín y se va sin emitir sonido alguno, y con el se aleja también la multitud.

Justo en ese momento, por obra del destino o gualicho de alguna vieja yo recupero mi cuerpo, ahora escucho con mis oídos los ruidos de la calle y veo con mis propios ojos que estoy sola, que tengo el zapato izquierdo a medio metro del pie, y un agujero en la media.

No me queda más remedio que calzarme y caminar hacia mi casa, donde antes de ser asistida como corresponde tengo que aceptar con la cabeza gacha el sermón ancestral, el primer conocimiento trasmitido de generación en generación, de acá a Europa, que dice que en qué cabeza cabe salir a la calle con las medias y/o lo calzones rotos, qué vergüenza.

Andá a explicar (en inglés) por qué la bombilla no se puede mover bajo ninguna circunstancia.

Commentaires


Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square

gragias por escribirnos! Te contestamos lo más rápido posible o cuando el wifi lo permita. :-)

  • Instagram - Black Circle
  • Facebook - Black Circle
bottom of page