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A dedo -01- Nueva Zelanda

  • giovanna camacho salaberry
  • 25 oct 2017
  • 4 Min. de lectura

Rangiora, Nueva Zelanda

Rangiora, Nueva Zelanda.

Sin duda viajar a dedo me ha llevado a recolectar las mejores experiencias a lo largo de mi vida.

Todas las veces que he viajado de esa forma me han servido para conocer gente, lugares que no tenía previstos y situaciones dignas de contar.

Tiene la ventaja de ahorrar dinero y hacerte gastar tiempo, pero si eso es justo lo que nos sobra (tiempo, por supuesto) es la forma que yo recomiendo de transporte, en cualquier lugar del globo.

Tenía fecha y lugar para hacerme un tatuaje, pero no tenía en qué ir.

Vivíamos prácticamente en el medio del campo, exactamente a ocho kilómetros de la ciudad más cercana, del lugar donde tenía el estudio el tatuador.

También teníamos auto, pero Ale se lo había llevado para ir al trabajo así que las únicas dos opciones que me quedaban era en bicicleta o con abuela Lynda.

Abuela Lynda es la mamá del tipo para el que trabajábamos algunas horas en una huerta orgánica a cambio de alojamiento, una señora jubilada, amorosa como todas las abuelas propias y ajenas, y que además de cocinar que se le volaba el bonete -y convidarnos- iba al pueblo en su auto casi todos los días.

Ese día le pregunté si por esas casualidades de la vida tenía que ir a hacer algún mandado al pueblo justo cerca del mediodía, y por suerte me contestó que sí (con tal de ir a hacer mandados va a buscar un yogurth o una cinta adhesiva aunque no los precise).

Así que nos fuimos con la doña de lo más campantes las dos, conversando de la vida y del corazón, hasta que me dejó en el estacionamiento de un supermercado cerca de mi lugar y se ofreció llevarme de nuevo a casa si yo terminaba antes de dos horas. Como era imposible que yo terminara en menos de ese tiempo, le agradecí y pedí que se quedara tranquila que yo me arreglaba para volver como fuera, que igual hacía dedo, pero tuve que mentir que Ale podía ir a buscarme porque casi se muere de un ataque al corazón.

Como estaba previsto demoré como tres horas y pico, además de una y algo boludeando por la calle así que se hicieron las cinco de la tarde.

Caminé unas cuadras hasta salir a la ruta porque los autos que andaban en el pueblo no paraban ni en joda y empecé a hacer dedo.

Tenía que recorrer por lo menos los seis kilómetros de ruta principal, los dos restantes los podía hacer caminado, pero justo estaba en una zona urbana, no es común ver gente pidiéndote que la lleves y no paraba nadie, no sé si por desconfianza o porque pensaban que iba mucho más lejos.

Me había preparado para una situación así, entonces saqué una hoja blanca que había llevado, un marcador rojo y escribí, grande y clarito: FERNSIDE.

En eso parece que los planetas se me alinearon porque paró un BMW, pero un BMW que se te caía el culo, año 2034, color té con leche.

Abro la puerta y lo más rápido que pude me subí, para no hacer perder tiempo al alma bondadosa que lo manejaba, entonces me di cuenta que todo adentro del auto era color té con leche, los asientos, el volante, la palanca de cambios, todo lo que tiene un auto adentro era color té con leche.

Entonces la vi a ella; color té con leche, pelo colorado, vestido celeste, una preciosa y amable mujer que se presentó como Marie, y que enseguida empezó un monólogo con vos de pito, pero no de esos pitos aturdidores, era como un pito angelado que daba gusto oír. Y en el monólogo me preguntaba cómo me llamaba, de dónde era, de qué trabajaba y qué genial que estés acá y que pim pum pam.

Cuando pude hablar y agradecerle por haber parado le expliqué donde vivía y que con que me dejara en la entrada estaba bien porque ya hacía demasiado con llevarme y yo podía caminar dos kilómetros que no problem.

Resulta que Marie era tan adorable como abuela Lynda y qué esperanza que caminara veinte cuadras y sin pedirme autorización me dejó en la entrada pero de mi casa, no me dejó en la puerta porque la convencí de que estaba a ciento cincuenta metros y porque ya hacía demasiado con llevarme.

Con una sonrisa de oreja a oreja entre los pelos colorados me dijo que por favor, que no era ninguna molestia y se fue fondeando el BMW color té con leche, desandando el camino porque para llevarme a mi había tomado una ruta que no era la suya.

Tanto abuela Lynda como Marie son personas que vale la pena conocer, aunque a la primera la haya conocido por seis meses y a la segunda por diez minutos.

Nota: el color té con leche es como un té con leche con más leche que té, que me daban cuando era chica y estaba mal de la panza y no me dejaban tomar cocoa, es como beige clarito.

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