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Dependiendo del camino

  • giovanna camacho salaberry
  • 18 oct 2017
  • 2 Min. de lectura

Volcán Bromo, Java. Indonesia

Cemara Lawang, Indonesia.

A la izquierda un abismo que desemboca en algo de lo más parecido a un desierto.

A la derecha un volcán activo, que suena algo así como un tren que viene, pero viene como explotando, es una cosa difícil de explicar pero para tener una idea hay un agujero gigante al costado del que sale ruido, humo y olor a azufre, un agujero en el que nadie quisiera caerse.

En el medio va un parroquiano, caminando como si tal cosa, como si no tuviera un abismo y un volcán activo a los costados.

Va a ver que hay más allá, va a investigar si hay alguna cosa que los demás no están viendo, si hay algo que le están ocultando después de la valla de contención, si el volcán y el abismo tienen otra cara que el no está mirando desde acá, va a fijarse si hay posibilidad de caerse, pero además va a sacar una foto.

No le importa que tenga que caminar por la cornisa, que por más que se crea cauteloso puede venir un viento y lo revuelque, o le de un calambre o una convulsión o lo persiga un rinoceronte.

No le va a importar el peligro inminente, como la vez que le sacó fotos a una víbora mientras se comía una lagartija de tres bocados, al lado, sin tener en cuenta que la víbora podía elegirlo como postre.

O como el día que encontramos dos sapos teniendo sexo casual en el medio del camino, y como él nunca había visto dos sapos teniendo sexo tuvo que parar a sacarle fotos, sin tener en cuenta que los pobres animalitos estaban en un encuentro íntimo, que por más que estuvieran en la vía pública había que respetarlos porque quién es uno para decirle dónde los tiene que agarrar el zarpazo de la pasión, sin importarle que según mi abuela los sapos se enojan y te mean, o te pueden saltar encima o tirarte rayos láser.

El tema es que gracias a que al señor se le ocurre caminar por otros lados distintos de donde camina la gente, es que descubre los lugares más macanudos, como una piedra ideal para tomar mate y comer galletitas al borde de un acantilado, espacios desiertos en la playa para bañarte sin gente, zonas exclusivas para hacer fogatas sin que nadie te descubra y lugares estratégicos para avistamientos de extraterrestres.

El tema es que gracias a que el parroquiano se anima a caminar por el borde de un volcán, transitar por lugares inhóspitos, o seguir doscientos metros más de lo que te muestra tu campo visual, es que nos ocurren las cosas menos esperadas, más sorprendentes y más memorables, porque se anima un poquito más.

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